Ética y estética del uso de las banderas en el mundo del arte
SERGIO C. FANJUL02 ABR 2021 – 05:30 CEST
Una bandera es un trapo de colores. Pero una bandera también es el símbolo de una nación, una comunidad, un partido político, un equipo de fútbol, un grupo humano. De modo que, al tratar con banderas, estamos tratando con la difícil relación entre lo físico y lo metafísico, entre lo material y lo simbólico, entre el átomo y la idea. Un campo abonado para el arte o el diseño, que suelen manipular banderas con resultados, por lo general, controvertidos.
En la Historia del Arte siempre han aparecido banderas, aunque su presencia ha sido más bien circunstancial. Por ejemplo, en La libertad guiando al pueblo, de Delacroix, una mujer con un pecho al aire porta una bandera francesa en la Revolución de 1830. La bandera forma parte de la escena, pero no es el tema principal, ni mucho menos el material con el que se realiza la obra. En algunas ramas del arte contemporáneo, en cambio, la bandera empezó a ser utilizada como el propio tema de la obra o el medio físico con el que se realiza.
Una de las más famosas representaciones de la bandera es la que realizó el artista pop Jasper Johns, quien creó varias obras con la bandera estadounidense. En estas piezas reflexiona sobre lo que es una bandera y lo que representa, para algunos, el aspecto avejentado de las banderas. La utilización de la técnica encaústica –una mezcla de pintura y cera– sugiere, para algunos, una lectura crítica del símbolo. Para otros, en una lectura más simplista, se puede ver aquí una muestra de patriotismo. Otros artistas del pop art, como Rauschenberg o Lichtenstein también utilizaron el motivo de la bandera. En 1990, el artista David Hammons creó una bandera afroamericana, igual que la estadounidense, pero con colores más propios del continente africano: rojo, verde, marrón.
“El arte con banderas suele jugar con el ideario de las personas”, explica el artista y comisario Carlos TMori, que ha investigado sobre esta rama del arte. “Por ejemplo, la bandera afroamericana de Hammons en España puede resultarnos una curiosidad, pero en ciertas comunidades conservadoras de sur Estados Unidos puede resultar controvertida”. TMori, por su parte, ha diseñado banderas para países mash up, mezclados, sobre los que trabaja. Por ejemplo, la bandera de Applekistán, que mezclaba la empresa Apple y Afganistán, o la de bandera el Imperio Nacid, que mezcla el nazismo con el acid house, y por tanto lleva un smiley en vez de una esvástica.
¿Son estos tiempos de auge de las identidades nacionales y socioculturales más propicios para el arte realizado con banderas? “En realidad las banderas se han venido utilizando de forma constante en el arte contemporáneo”, explica TMori, “otra cosa es que en estos tiempos haya más personas que se fijen en estas obras, que entiendan las ironías o se vean ofendidas por ellas”.
Todas las banderas tienen un componente mental, el contenido que la mente de cada uno añade al trapo. Pero es curioso el trabajo de Matt Mullican, que en los últimos años, dentro del proyecto Banners, ha ido diseñando originales banderas que no describen estados políticos, sino sus estados mentales, asignano colores a diferentes pensamientos: lo físico es verde, lo rojo es subjetivo, lo cotidiano es azul, etc.
La enseña nacional y su simbolismo
En España varios artistas en activo han trabajado con banderas. Por ejemplo, el siempre polémico Santiago Sierra, que creó una bandera republicana con tela negra. Disgustado por la existencia de las fronteras, izó otra bandera negra, anarquizante, en el Polo Sur geográfico. Mateo Maté bordó banderas con motivos florales, como si fueran manteles o servilletas, o, a la inversa, convirtió manteles en estandartes, en una especie de “nacionalismo doméstico”, quitándole toda solemnidad a lo simbólico. Rogelio López Cuenca se inventó una nueva bandera para Europa, que en vez de un círculo de estrellas mostraba un círculo de símbolos raros, o colocó la palabra poesía al lado de las banderas de varios países.
Uno de los últimos y más polémicos casos es el del artista Marcos Gutiérrez Cru. El escándalo prendió cuando varios medios difundieron la noticia (falsa) de que el Ayuntamiento de Madrid se había gastado 12.750 euros en renovar las banderas de España deterioradas que los vecinos cuelgan en los balcones. No sonaba inverosímil, dado el gusto del actual Ayuntamiento por la bandera nacional, que ha colocado allá donde ha podido, pero la realidad era otra: ese dinero era una ayuda a la creación obtenida por Gutiérrez. “Con mi obra quiero cuestionar la importancia o no de una bandera como una entidad agrupadora”, dice el artista.
En efecto, su proyecto consiste en recoger las banderas viejas, pero para hacer con ellas una obra de arte que aún está en proceso. A Gutiérrez le sorprendía tanto amor a la patria y que luego las banderas estuvieran hechas un asco. “He recogido muchas banderas deshilachadas y quemadas por el sol”, explica. “No le doy tanta importancia a las banderas como las personas que las cuelgan, pero si lo hacen lo lógico es que las mantengan en buen estado”. Gutiérrez Cru ya había trabajado anteriormente con banderas, por ejemplo, en el proyecto Bandeiras pretas (Banderas negras), que recogía diversas acciones en diferentes países. Una de ellas tuvo lugar en Jaén, en el marco del festival Art Jaén, donde cambió la bandera de España que ondeaba en una plaza por una bandera negra, una especie de no-bandera. “Supuestamente teníamos los permisos para la acción, pero los bomberos bajaron la bandera negra y operó una extraña censura: ninguno de los medios presentes aquel día informó de la acción”, explica el artista. Tocar banderas, aunque sea en una obra de arte, toca la fibra sensible de muchos.
Irene Mohedano también ha trabajado con la bandera española en el espacio público en su acción Wash Lies All. En una céntrica calle de Valladolid colocó un barreño y se arrodilló a fregar una enseña nacional, para indignación de parte del sector conservador de la ciudad.
En su obra Herencia, Julia Eme y Byron Maher crearon unas banderas rojigualdas que por un lado mostraban el aguilucho preconstitucional y por el otro rostros de políticos (Rato, Aznar…), para evidenciar su conexión con la dictadura franquista. El cómico Dani Mateo, en El Intermedio, hizo el ademán de sonarse los mocos con la bandera y sufrió una sonada persecución en redes; tal vez podría encuadrarse esta acción en la disciplina de la performance.
Cómo se diseñan las banderas
“Aunque hay elementos anteriores parecidos a las banderas, por ejemplo, en el antiguo Egipto o en el Imperio Romano, los vexillos eran estandartes de lana y no podían ondear, los orígenes propiamente dichos de las banderas son militares: se utilizaban desde el medievo para identificar barcos de guerra o tropas”, explica José Manuel Erbez, secretario de la Sociedad Española de Vexilologia (SEV). Las banderas se asociaban a reyes, a dinastías, no a países. Con la llegada de la idea de nación y el nación-estado, en los siglos XVIII y XIX, la bandera pasa a identificar a un gran número de personas que vive en un territorio. “En los nacionalismos es muy importante la bandera, por eso, si no la hay, es de lo primero que se crea”, dice Erbez.
A partir de este uso, la bandera fue utilizándose para identificar a otros colectivos, partidos políticos, equipos de fútbol, ciudades, opciones sexuales o ideológicas y hasta países ficticios, como la de Modernonia, una república ficticia popularizada por los cómicos del programa de radio La Vida Moderna (se ha visto incluso en algunos balcones).
Respecto a su formato, las banderas suelen ser rectangulares o cuadradas, aunque hay algunas más extrañas, como la de Nepal, compuesta de dos triángulos no equiláteros. Los motivos más comunes son las franjas de colores horizontales o verticales, o las cruces rectas o diagonales, fácilmente identificables. La primera en popularizarse fue la holandesa (franjas horizontales, rojo, blanco y azul), debido a su poderío marítimo, que sirvió de inspiración para la rusa. Después de la Revolución Francesa, muchas naciones tomaron su bandera (franjas verticales, azul, blanco y rojo) como plantilla para la propia. Los países se fueron imitando unos a otros en la elección de su bandera, según sus filias y fobias. Los escandinavos, por ejemplo, fueron adoptando la característica cruz de San Olaf, descentrada hacia la izquierda del paño. Algunas banderas más recientes están mucho más diseñadas, y, por tanto, son más difíciles de reproducir, como las de Brasil o Turkmenistán.
La bandera española, la rojigualda, fue elegida por Carlos III en 1785, buscando unos colores que la hiciesen inconfundible en el mar. Anteriormente no había una bandera única asociada a España, se utilizaban diferentes banderas dentro del ámbito militar. Una de ellas es la de la Cruz de Borgoña o San Andrés (cruz roja diagonal sobre fondo blanco), luego relacionada con el movimiento carlista. De la Armada la rojigualda pasó a simbolizar todo el país. En la Guerra de la Independencia el pueblo español la utilizaba para diferenciarse del francés invasor.
La bandera española levanta pasiones en varias direcciones políticas. El filósofo Santiago Alba Rico, en su reciente libro España (Lengua de Trapo), teoriza sobre la bandera nacional y su significado. En su opinión es una bandera fallida, España no tiene bandera, ya que no todos los ciudadanos compiten por apropiársela. En Estados Unidos, por ejemplo, todas las corrientes políticas quieren hacer suya la bandera. Mientras, aquí, en ciertos sectores de la izquierda española todavía hay adhesión a la bandera de la República Española derrotada por Franco, cuya franja inferior no es roja sino morada, y la ultraderecha nostálgica aún saca a pasear la rojigualda con el emblema del aguilucho. “Las banderas tienen una doble faceta”, concluye Erbez, “es cierto que sirven para unir a una comunidad, pero también para separarla de las otras: para dividir”