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JOSÉ ANTONIO GUERRERO

Muchos han derramado su sangre por una bandera; otros se envuelven en ella para defender sus ideales. José Manuel Erbez ni lo uno ni lo otro, pero ama tanto este tipo de enseñas que no puede vivir sin ellas. Es inventor de banderas y escudos y las crea de la nada, pero con conocimiento de causa. José Manuel es el secretario de la Sociedad Española de Vexilología (del latín vexillum, bandera o estandarte, y el griego logía, estudio), un club de apenas 200 socios, profesionales de los más variados campos con el común denominador de su pasión por la Historia, y más concretamente por estas telas de colores que nacieron para cohesionar gentes, pueblos y naciones y que, a la vista está, han acabado usándose para otra cosa. Erbez, sevillano de 56 años, trabaja como bibliotecario en la Universidad de La Laguna, en Tenerife, y entre sus colegas vexilólogos hay físicos, abogados, trabajadores de banca, médicos, militares y hasta dependientes de mercería.

A José Manuel, el interés por los blasones le viene de niño gracias a aquellas enciclopedias de letra apretada e imágenes en blanco y negro que, ¡oh milagro!, se abrían a un festival de exóticos colores al consultar la entrada ‘Bandera’. «Eran las únicas fotos a color y me detenía a observar cada una de aquellas banderitas tan llamativas. También jugábamos a identificarlas y a colocarlas en los países», recuerda con la ilusión de conservar aquellas páginas grabadas en la retina. Casi medio siglo después, aquel chaval se ha convertido en un hombre de bandera, pues lo sabe todo sobre ellas, su historia, sus orígenes, la razón de los colores o de sus formas geométricas…, y vuelca ese ancho conocimiento en asesorar a las localidades que quieran tener sus propios distintivos. De hecho, ese es uno de los principales servicios que cada año prestan los miembros de la Sociedad Española de Vexilología a decenas de pequeños ayuntamientos que recurren a ellos para que les diseñen un emblema que represente su patria chica. «Hay muchos pueblos que no tienen ni escudo ni bandera, y nos llaman para pedirnos ayuda. Desde la Sociedad les brindamos la posibilidad de hacerles un diseño y redactarles una memoria justificativa, que normalmente la necesitan para que la comunidad autónoma se lo apruebe», detalla.

Aunque no existe una cifra oficial, José Manuel calcula que al menos una cuarta parte de los 8.124 municipios del país carecen de insignia local, aunque hay provincias, como Huelva, donde ondea en los mástiles de todas las localidades (80), porque la Diputación se preocupó de asignar escudo y bandera a las que no los tuvieran; en otras, como Salamanca (aquí celebraron los vexilólogos su último congreso), solo una quinta parte de los 362 ayuntamientos puede izar su bandera oficial.

La mayoría de los que se dirigen a la Sociedad son pequeños pueblos, algunos al borde de la extinción, que buscan una tabla de salvación para preservar sus elementos identitarios antes de que la asfixiante despoblación los borre del mapa. Y es que los efectos de la España vacía/vaciada también se dejan notar en estas cosas, que, quizás por atender más a razones sentimentales, parecen menores pero no lo son. Cada vez queda menos gente con una memoria histórica que permita reconocer aquello que mejor les representa. «A algunos pueblos se les está acabando el tiempo para adoptar unos símbolos propios porque, o van a desaparecer los vecinos que conservan esa memoria, o va a desaparecer el mismo pueblo».

Albornos, Brazacorta, Islares, Codorniz, Sámano, Sinlabajos, Turleque… En los últimos meses, una treintena de municipios, pedanías y otras entidades menores de quince provincias (la mayoría de Cantabria y las dos Castillas) se han dirigido a la Sociedad en busca de una bandera o un escudo, o ambas cosas. «Pedirnos asesoramiento es una forma de revitalizar los pueblos pequeñitos, de darles un poco de conciencia sobre lo que son y, dentro de lo que cabe, de salvar su identidad», apunta José Manuel.

Muriel Viejo (80 vecinos), en Soria; Revellinos (283), en Zamora; y Fuertescusa (67), en Cuenca, son tres de esos núcleos rurales cuyos alcaldes están encantados con los blasones dibujados por el lexilólogo sevillano y sus colegas. De alguna forma, ya no son pueblos a media asta. «Estoy muy orgullosa de nuestra bandera y de nuestro escudo con la avutarda, que es la reina de la estepa, y las espigas, que para eso estamos en Tierra de Campos», comenta Eutimia Fernández, alcaldesa de Revellinos (PP), que se encargó ella misma de bordar el escudo con tales señas de identidad. Igual de feliz anda Carlos González, regidor de Muriel Viejo (C’s), con la bandera que les planteó Erbez atendiendo las propuestas del pueblo «de que se viera un cielo bien limpio y estrellado», porque Muriel cuenta con el certificado de Destino Turístico Starlight, gracias a la excelente calidad de su cielo nocturno. E Inés Herranz, alcaldesa de Fuertescusa (PSOE), afirma sentirse muy representada con el diseño propuesto, que gira en torno a un pino y al agua, por lo abundante de las fuentes y los pinares de aquellas tierras. «Ellos nos iban mandando bocetos y nosotros íbamos eligiendo. Nos dieron todas las facilidades», subraya agradecida.

Historia, paisaje y tradición

El pino, la avutarda, las espigas, el cielo estrellado, o cualquier otro símbolo que identifique al pueblo de turno, forman parte del proceso de elaboración de las insignias. «Nosotros les pedimos información sobre qué elementos de la historia, del paisaje, de la tradición o de las costumbres consideran que son más representativos de su pueblo. Con esa documentación y con lo que nosotros investigamos, les hacemos una propuesta de escudo, combinando aquello que entendemos es más representativo. Se lo envíamos y ellos nos responden afirmativamente o nos hacen alguna sugerencia para cambiar tal o cual cosa. Normalmente, la bandera la elaboramos a partir de los colores más usados en el escudo, y a base de franjas -horizontales o verticales-, cruces o triángulos. Una vez que nos ponemos de acuerdo, les redactamos un documento que describe el escudo y la bandera, y explica cómo hemos llegado a esos diseños y el significado de cada figura», ilustra Erbez, que recuerda que todo es ‘gratis et amore’. «Hacemos escudo y bandera por el mismo precio: cero euros. No cobramos nada. Nos damos por bien pagados si están contentos con el trabajo», afirma.

No siempre los diseños de los vexilólogos agradan a sus destinatarios finales. A veces el escudo o la bandera son el resultado de un tira y afloja entre ambas partes. A Erbez, por ejemplo, no le gusta que la bandera lleve incorporado el escudo, pero así se lo solicita la mayoría de las corporaciones, tal vez influidas por la enseña nacional. Y añade que últimamente los pueblos le piden mucho el color rojo «y el morado». En otras ocasiones -afortunadamente para él, las menos- le echan los borradores para atrás. Recuerda el caso de un pueblo que le solicitó escudo y bandera sin darle prácticamente ninguna información que le pudiera servir como base. «Solo me dieron el nombre con que se conoce popularmente a sus habitantes, que coincide con el de un animal (Erbez prefiere omitirlo). Ni en internet ni en ningún otro sitio conseguí nada más, así que decidí diseñar un escudo que mostraba una hermosa cabeza de dicho animal. Después de numerosos intercambios de mensajes acerca de las formas y colores del escudo, me enviaron un boceto que había hecho el párroco del pueblo, y me pidieron, eso sí, que yo se lo dibujara en plan ‘bonito’. Así que al final les dibujé el escudo del cura, mucho más feo que mi diseño, y ese es el que usan», dice José Manuel, algo decepcionado, pero sin resentimiento alguno porque «lo importante», asevera, «es que les guste a ellos».

Ahora, aquel niño que abría bien los ojos deslumbrado por la llamativa página de las banderas en la enciclopedia gris solo lamenta que se haga color político con ellas: «Es muy triste que unos símbolos que nacieron para unir acaben usándose para separar… Y en el caso de España, eso es bastante común».

La Rioja


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