El morado no aparece en ninguna bandera del mundo: un caracol tuvo la culpa
Lo llamaron el color prohibido. Nadie sabía cómo era, pero todos deseaban tenerlo. Durante mucho tiempo, se habló de él como si de una leyenda se tratase. Azul, amarillo, rojo y… Así, mientras unos perjuraban haberlo descubierto, otros aseguraban tenerlo escondido en casa. Esa expectación lo volvió extraordinario. Y, por supuesto, costoso. Hasta el punto de no aparecer en ninguna de las 194 banderas nacionales que existen en la actualidad. Bueno, la realidad es que hace acto de presencia en dos, aunque hay que tener muy buena vista para identificarlo.
Es el morado, una tonalidad exclusiva que rápidamente se asoció a la realeza. Era tan raro y tan caro que sólo unos pocos privilegiados podían permitírselo. De hecho, en el siglo IV a.C., se decía que una toga teñida en este pigmento valía su peso en plata, por lo que era impensable para un país utilizarlo en masa en sus enseñas. ¿El culpable? Un caracol.
La púrpura antigua se obtenía del murex, un gasterópodo marino de concha rayada y pronunciados pinchos que se localizaba en las aguas cercanas a Tiro. Ésta era una de las principales ciudades de Fenicia (actual Líbano), donde no sólo se comercializaba con este fin, sino también como un delicioso frutto di mare. Allí, aún hoy, se conservan restos de caparazones que confirman este antiguo sistema de producción.
“Para obtener el tinte se necesita la mucosidad transparente que segrega el molusco. Primero, se llenaban calderas con ellos y se dejaba que se pudrieran. A continuación, se ponían a fuego lento durante 10 días. Así, el olor aumentaba y el líquido se reducía: 10 litros de este pestífero mejunje se quedaban en cinco de extracto”, relata Eva Heller en Psicología del color. El resultado era una sustancia turbia y amarillenta que, tras ser expuesta al sol, transformaba en violeta las prendas sumergidas en ella.
El proceso era complejo: se necesitaban más de 9.000 ejemplares para obtener un gramo de esta tinta. Ahora bien, su intensidad dependía de la variedad empleada. Por ejemplo, si se utilizaba el Murex trunculus, se obtenía un violeta rojizo. En cambio, si se optaba por el Murex brandaris, se conseguía un violeta oscuro. En la Antigua Roma, Julio César lo descubrió durante un viaje a Egipto y quedó tan fascinado que volvió con una toga malva. Entonces, dictaminó que sólo él podría vestir prendas de dicho color, permitiendo a los altos cargos lucir únicamente una orla teñida en su túnica.
Su intransigencia fue tal que decretó la pena de muerte para quien se saltara esta norma. De este modo, el morado se alzó como un emblema imperial y todo lo que el emperador firmase de su puño y letra tenía que ir en este tono. El nivel de obsesión fue tal que se designó a un funcionario la tarea de custodiarlo.
Desde su origen, el púrpura representó el poder. Como curiosidad, el manto que vistió Carlomagno durante su coronación era de este color. Al igual que los regalos que llegaban a Occidente desde Bizancio. Poco a poco, se fue convirtiendo en un símbolo de eternidad. En especial, por su capacidad para mantenerse estable a la luz frente al resto de gamas que se iban despintando con los años.
«En España, ha estado vinculado a la Iglesia, presente en las vestiduras de los obispos y en los objetos litúrgicos. Asimismo, ha existido la creencia de que era el color de Castilla, algo incorrecto. Este es uno de los motivos por los que el morado se asoció a la ideología liberal en el siglo XIX y por los que, en consecuencia, se optó por él para el estandarte real desde Isabel II hasta Alfonso XIII», sostiene José Manuel Erbez, secretario de la Sociedad Española de Vexilología, la disciplina que estudia las banderas.
EL PULSO DE DOMINICA Y NICARAGUA
Sus implicaciones no terminan aquí. A lo largo de la Historia se le han ido atribuyendo diferentes connotaciones en función del ámbito en el que se utilizaba. Así, además de ser el reflejo de la autoridad y la religión, también lo es de la magia, la superstición y la intimidad. De hecho, es el último matiz que adopta el cielo antes de abrirse paso la noche.
En las ciencias esotéricas, es fiel amigo del cerebro. Mientras que en el sexo es sinónimo de pasión. No en balde, Oscar Wilde se refirió a éste como «las horas violetas en el tiempo gris». Igualmente, es el color del feminismo y de la homosexualidad. Y en lo militar se entrega la condecoración Purple Heart a los soldados estadounidenses que fueron heridos por el enemigo o a sus parientes en caso de muerte.
«No es habitual en el ámbito de las marcas, aunque ahí están Renfe o Yoigo. Esto es así porque lo tenemos asociado a la elegancia y a la inocencia», apunta Fernando de Córdoba, estratega de contenidos y narrativa. «Es curioso cómo ha acabado representando una categoría comercial muy específica: la sin lactosa. Kaiku fue la primera y, a partir de ahí, se ha acabado ligando al producto con independencia de la empresa. Algo similar a lo que ocurrió con el azul y la cerveza sin alcohol o el gris y las colas light».
El malva es singular y extravagante, por eso gustaba tanto a Elizabeth Taylor. Sin embargo, pocas veces pudo utilizarlo: cuando acompañaba a su marido, el senador John Warner, lo tenía prohibido porque el partido consideraba que el color de los reyes no era el más oportuno para un político republicano.
Un punto de vista similar al que compartieron los líderes que tenían que enfrentarse al diseño de su bandera estatal. Como se ha mencionado al principio, 192 países de los 194 reconocidos por Naciones Unidas no llevan el lila en sus enseñas. No obstante, dos sí lo incluyeron.
Por un lado, Nicaragua lo incorporó como un detalle en el arcoíris que se halla dentro del equilátero que conforma su escudo. «Es una insignia que vincula la identidad geográfica (volcanes y lagos) con la lucha contra los regímenes autoritarios», mantiene Rogelio Núñez, doctor en Historia Contemporánea de América Latina por el Instituto Universitario del Investigación Ortega y Gasset de la Universidad Complutense de Madrid. «El gorro frigio simboliza la libertad, mientras que el triángulo hace lo propio con la igualdad».
Por otro lado, Dominica lo utilizó para dar realismo al loro Sisserou, considerado ave nacional. Éste aparece sobre una cruz de San Jorge en amarillo, negro y blanco que, a su vez, se superpone a un fondo verde que simboliza la vegetación. En ambos casos, la presencia del morado se justifica por una simple cuestión de verosimilitud a la hora de reproducir determinados elementos. Todo ello demuestra que los diseños y los trazos realizados en los pendones no es arbitrario, sino que derivan de la cultura de la región de turno.
LA DESTRUCCIÓN DE LAS TINTORERÍAS
El furor que despertó el morado terminó en 1453. Tal y como recoge Heller en su libro, cuando Constantinopla fue conquistada por los turcos, la púrpura desapareció: «Las tintorerías fueron destruidas y los tintoreros asesinados. El ocaso del Imperio Romano de Occidente fue también el fin de esta forma de teñir. Desde entonces, el carmesí fue el más apreciado». Esto no supuso su fin, aunque hubo que esperar hasta 1856 para conseguirlo de manera sintética.
Por aquel entonces, el joven estudiante del Royal College of Chemistry William Henry Perkin lo descubrió mientras intentaba sintetizar quinina (una droga para combatir la malaria): añadiendo hidrógeno y oxígeno al alquitrán de la hulla, se dio cuenta de que los frascos de cristal quedaban manchados de un líquido oscuro que, tras echarle agua, se volvía violeta.
Lo bautizó como Perkins mauve y se hizo millonario. En parte, gracias a un negocio que abrió con su padre. Se puso tan de moda en Francia que el periodo comprendido entre 1890 y 1900 recibió el nombre de la década malva. Y, desde entonces, pasó a ser más barato y accesible.
Algo que, sin embargo, no se manifestó en las banderas: los territorios que ya la tenían asentada no mostraron su intención de incluirlo y los estados que han ido adquiriendo su independencia posteriormente lo rechazaron por sus conexiones con la realeza. Además, como concluye Erbez, «éstas tienden a usar colores bien definidos que sean fáciles de distinguir en la distancia. De ahí que exista una mayor preferencia por los primarios».