La bandera roja, símbolo de la revolución socialista
Vladimir López Alcañiz
El rojo ha estado presente en las revueltas populares desde la más remota antigüedad. Según parece, Espartaco vistió una toga roja para celebrar una de sus victorias y los galos se distinguían con una enseña de ese color. Más tarde, banderas rojas ondearon en la guerra de los campesinos alemanes de 1524 y en la Fronda contra el cardenal Mazarino, un siglo más tarde. Pese a ello, no está ahí el origen de la enseña revolucionaria de la época contemporánea.
La bandera roja nació durante la Revolución Francesa, aunque curiosamente tuvo al principio un sentido antirrevolucionario. El 21 de octubre de 1789, la Asamblea Nacional francesa promulgó una ley que estipulaba que, en caso de desórdenes públicos, los oficiales municipales expondrían una bandera roja en las calles y ayuntamientos para conminar a los manifestantes a disolverse. Por ello, el 17 de julio de 1791 una bandera roja presidió la carga de la Guardia Nacional contra una protesta republicana, en lo que se conoce como la masacre del Campo de Marte. El futuro emblema del socialismo tiene, pues, un origen trágico.
Poco a poco, sin embargo, algunos sectores populares fueron apropiándose de ese símbolo para subvertir su significado, aunque tímidamente. Cuando los jacobinos llegaron al poder, el rojo se apagó y bajo el Imperio de Napoleón desapareció por completo. Después, durante la Restauración borbónica, la enseña nacional francesa –azul, blanca y roja, nacida también durante la Revolución– unió a los sectores de la oposición contra la dinastía borbónica. No fue hasta la revolución de julio de 1830 cuando la bandera roja volvió a ondear.
Del color de la sangre
El nuevo rey de Francia, Luis Felipe, reconoció la bandera tricolor como la nueva enseña nacional. Pero la creciente impopularidad del rey afectó también a su bandera y por ello el naciente movimiento obrero, al tomar conciencia de su situación, buscó sus propios símbolos. El rojo y el negro, futuro color del anarquismo, aparecieron en numerosas insurrecciones populares. Como respuesta, el poder y la prensa monárquica demonizaron la bandera roja, asociándola al Terror de 1793. La represión hizo que socialistas y republicanos se refugiaran en sociedades secretas, que prolongaron la tradición de la bandera subversiva cuando mostrarla en la calle era un peligro.
En 1848 tuvo lugar en Francia un episodio decisivo. En febrero se proclamó la República y, junto a la tricolor, se colgó la bandera roja en el ayuntamiento de París. Los revolucionarios irrumpieron en el edificio y exigieron que se convirtiera en la bandera nacional. El escritor y político Alphonse de Lamartine, ministro de la República, salió a su paso y, con una elocuencia no exenta de demagogia, afirmó que no es posible «ordenar que un gobierno enarbole como signo de concordia el estandarte del combate a muerte entre los ciudadanos de una misma patria, esa bandera roja que ha podido elevarse, cuando la sangre se derramaba, como un espantajo contra los enemigos, esa bandera que debe abatirse cuando el combate termina, en signo de reconciliación y de paz». Lamartine consiguió imponer su criterio.
Al conocer la noticia, el revolucionario Auguste Blanqui profetizó: «Si esa bandera cae, la República no tardará en seguirla». Y, en efecto, unos meses más tarde la insurrección obrera era aplastada y la bandera roja desaparecía de Francia; al poco tiempo, Luis Napoleón liquidaba la República y proclamaba el Segundo Imperio francés. Pero precisamente entonces el rojo se internacionalizó. Proudhon, uno de los fundadores del movimiento anarquista, fue el primero en asociar la bandera a la revolución y a la emancipación popular por encima de cualquier país. La bandera roja –escribió en una fórmula que hizo fortuna– «es el estandarte federal del género humano». El emblema socialista empezó así su vuelta al mundo.
Tras 1852, el socialismo se vistió de rojo: cinturones, corbatas, gorros, pañuelos y ojales se tiñeron de ese color. En 1866, la bandera roja reaparecía oficialmente en el congreso inaugural de la Internacional socialista, y en 1871 se convertía en símbolo de la Comuna y ondeó en la fachada del Ayuntamiento de París. El periódico Le Père Duchêne exclamó entonces: «¡La bandera roja! La bandera de la República como la quiere el pueblo».
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