HISTORIA Y EVOLUCIÓN DEL ESCUDO DE ESPAÑA
El actual escudo de España fue definido por la Ley 33/81 de 5
de octubre, es decir, casi tres años después de la aprobación de la
Constitución, por lo que resulta poco exacto denominarlo, como
comúnmente se hace, “escudo constitucional”; efectivamente, no sólo no
está recogido en dicho texto fundamental, sino que además, durante los
tres primeros años de vigencia de la Carta Magna, la España
constitucional estuvo representada por el denominado “escudo
franquista”, el del águila.
El modelo de escudo que hoy identifica a España es el resultado de una
elección entre las diferentes fórmulas para presentar los componentes
tradicionales, que poseen una larga historia de nueve siglos, con
raíces que los relacionan con tiempos aun anteriores. Una historia que
es reflejo y consecuencia de la Historia de España.
La aparición de los emblemas que componen el escudo de España responde
a un fenómeno general en el Occidente europeo: la adopción en el siglo
XII del sistema que hoy llamamos heráldico, pero podemos remontarnos a
épocas muy anteriores para encontrar elementos simbólicos que
identificaran a la tierra y a las gentes de lo que hoy (algunos)
llamamos España.
Ya al principio de la era cristiana encontramos los primeros signos
gráficos referidos a nuestro territorio. En el reverso de algunas
monedas del emperador Adriano, Hispania, según acredita la leyenda que
la rodea, aparece representada por una figura de mujer que sostiene una
rama de olivo, reclinada sobre la roca de Calpe (Gibraltar), con un
conejo a sus pies, ya que al parecer en la Antigüedad se consideraba a
esta animal como característico de nuestra fauna. También cabría citar
al conocido “jinete ibérico”, que aparece en numerosas monedas acuñadas
por distintos pueblos tanto en época prerromana como posterior a la
romanización, y que fue imitado en las monedas de diez y cinco céntimos
emitidas en 1940 y 1953 (las populares “perras”)

En el periodo visigótico, el signo que aparece en las monedas con un
cierto carácter de emblema propio es una cruz de brazos trapezoidales,
ensanchados hacia los extremos, que se presenta en lo alto de un astil
sobre una base en forma de gradas. Parece probable que esta misma cruz
se usara como enseña de las milicias reales, llevada en el extremo de
un mástil del mismo modo como posteriormente se haría con las banderas.
Este mismo emblema sería usado por los reyes de Asturias tras la
conquista musulmana, ya que aquellos se consideraban legítimos
herederos de la monarquía visigoda. La importancia de la cruz como
símbolo asturiano ha perdurado hasta nuestros días, en que la comunidad
autónoma usa como emblema una representación de la Cruz de la Victoria,
que data de esta época.

Estos usos de la monarquía asturiana se extendieron a los otros núcleos
de resistencia que se formaron en la Península, y especialmente a
Navarra y Aragón. Ello vendría a reforzar el carácter de “cruzada” que
desde muy temprano se le dio a la Reconquista.
Sin embargo, como apuntábamos al principio, no es hasta el siglo XII
cuando surgen los verdaderos emblemas heráldicos que han identificado a
los reinos hispánicos.
Las armas de los principales reinos hispánicos surgieron de forma casi
simultánea a mediados del siglo XII. En el caso del Reino de León, el
animal homónimo aparece representado en diversas formas desde el siglo
anterior, pero es en época de Alfonso VII (1126-1157) y su sucesor
Fernando II (1157-1188) cuando adopta un carácter claramente heráldico.
El escudo de León es de los denominados “parlantes”, es decir, que se
pretende representar el nombre (León) con una figura homónima (un
león), aunque el nombre del Reino, derivado del de su capital, no tenga
nada que ver con este animal, sino que es una evolución fonética de la
palabra latina “legio” (legión), por haber sido fundada por los romanos
como base de la Legión VII Gémina.

En Castilla, por la misma época, Alfonso VIII es quien utiliza por
primera vez el castillo como "armas parlantes" de su reino. En 1198, su
heredera, Dª Berenguela, se casa con Alfonso IX de León, y en 1230 el
hijo y heredero de ambos, Fernando III "El Santo", une ambos reinos y
simboliza dicha unión mediante una importante innovación a la heráldica
universal: el cuartelado, al dividir el escudo en cuatro partes y
disponer ambos emblemas alternados.

Paralelamente, en Aragón, Ramón Berenguer IV (1131-1162) comienza a
usar un escudo de oro con franjas rojas, en un número que varía según
las representaciones, y que no quedará definitivamente fijado en cuatro
hasta bien entrado el siglo XV. Es muy conocida la leyenda según la
cual el Rey de Francia habría mojado sus dedos en la herida de su
vasallo el conde catalán Wifredo el Velloso, y los habría dejado
resbalar sobre su escudo de oro, dejando cuatro rastros rojos que se
habrían transformado en los cuatro palos o barras; sin embargo, esta
leyenda carece de todo fundamento histórico.

Posteriormente, una rama de la casa de Aragón pasó al reino de Sicilia,
adoptando una nueva versión del cuartelado, ya que el escudo quedaba
dividido en cuatro por dos líneas diagonales, en lugar de por una cruz.
Este cuartelado en aspa combinaba las barras aragonesas con el águila
negra sobre fondo blanco de la dinastía Hohenstauffen. Cuando, en 1409,
Martin I reúne los reinos de Aragón y Sicilia, compone su escudo
mediante un partido, es decir, dividido verticalmente en dos, con las
armas de uno de los reinos en cada cuartel.

En cuanto a Navarra, también hacia 1150 comienzan a aparecer sellos en
los que los reyes llevan en sus escudos un refuerzo metálico hecho de
barras dispuestas en forma radial, llamada “bloca”. Con el tiempo, y al
perderse el recuerdo de su función práctica, las barras y los clavos
con los que eran fijadas fueron confundidos con eslabones de una
cadena, y esta confusión se mezcló con la historia o leyenda según la
cual el rey navarro Sancho el Fuerte habría roto las cadenas que
rodeaban la tienda del rey moro en la batalla de las Navas de Tolosa
(1212).

En 1479, al casarse Fernando de Aragón con Isabel I de Castilla, reúnen
sus armas respectivas en una composición que vuelve a recurrir a la
figura del cuartelado. Así, en el primer y cuarto cuarteles se coloca
el cuartelado, a su vez, de Castilla-León, mientras que en el segundo y
tercer cuartel va el partido de Aragón-Sicilia. Posteriormente, con la
conquista de Granada, incorporan en la parte inferior de este escudo
las armas de Granada, que en un nuevo ejemplo de heráldica “parlante”
están formadas por una representación de la fruta del mismo nombre.
Este escudo es adoptado por su hija Dª Juana I La Loca.

Su marido, Felipe I El Hermoso, era Archiduque de Austria y Duque de
Borgoña, y ostentaba en su escudo los siguientes cuarteles: Austria
(rojo con franja horizontal de plata); Borgoña moderno (azul sembrado
de lises de oro, con borde compuesto de cuadrados alternados rojos y
plata; Borgoña antiguo (listas diagonales azul y oro, con borde rojo);
Brabante (en fondo negro, león de oro) y sobre el conjunto, Flandes (en campo de oro, león negro)

Carlos I de España y V de Alemania une los escudos de sus padres,
colocando los cuarteles de Juana en la parte superior y los de Felipe
en la inferior. Esta composición se muestra siempre sostenida por el
águila bicéfala del Sacro Imperio Romano Germánico, y flanqueada por
las columnas de Hércules con la leyenda “Plus Ultra”, como símbolo de
la expansión ultramarina. Felipe II, al no heredar el título imperial,
prescinde del águila, al igual que hace con las columnas y la leyenda,
pero añade las armas de Portugal cuando por su primer matrimonio se
convierte en titular de ese reino. Los demás reyes de la Casa de
Austria usarán el mismo escudo.

El año 1700, la muerte sin sucesión de Carlos II convirtió en Rey de
España a su sobrino Felipe de Borbón, duque de Anjou, nieto de Luis XIV
Francia, que reinó como Felipe V. Este eliminó del escudo las armas
portuguesas, ya que este reino recuperó la independencia en 1640, movió
las de Flandes y Tirol a la parte inferior del escudo, y colocó sobre
el conjunto las armas de Borbón-Anjou: sobre campo azul, tres lises de
oro y borde rojo.

Ni el efímero reinado de Luis I ni el de Fernando VI supusieron cambios en el escudo.
Carlos III, hijo del segundo matrimonio de Felipe V y hermano de
Fernando VI, añade las armas que hereda de su madre: Farnesio, (en oro,
seis lises azules) y Médicis (en oro, cinco círculos rojos y en la
parte superior, un círculo azul con tres lises de oro) que colocó cada
uno a un lado del escudo, mientras que el cuartelado de Castilla y León
con Granada, lo traslada al centro del escudo, en un escudete, y en el
centro de éste, a su vez, las armas de Borbón-Anjou.

Los siguientes reyes Carlos IV, Fernando VII e Isabel II no
introducirán cambios en el escudo real, si bien se produce una
interesante innovación durante el efímero reinado de José I, impuesto
por Napoleón. Este rey “intruso” adopta un escudo dividido en seis
cuarteles: Castilla, León, Aragón, Navarra (por primera vez en un
escudo real fuera del reino navarro), Granada y las Indias,
representadas por dos hemisferios terrestres flanqueados por las
columnas de Hércules. Sobre el conjunto coloca las armas de la familia
imperial: un águila de oro sobre campo azul.

Tras la revolución de 1868, que derribó a Isabel II, el Gobierno
Provisional adoptó un nuevo escudo que sería la base del actual. Se
simplificaron los cuarteles, quedando únicamente los de Castilla, León,
Aragón, Na¬varra y Granada, se recuperaron las columnas de Hércules y
la corona real fue reemplazada por otra de tipo “mural”, que reproduce
una muralla con torres. Asimismo, se suprimió el es¬cudete de las
flores de lis, propio de la dinastía derrocada.

Cuando accede al trono Amadeo de Saboya se restablece la corona real y
el escudete central, esta vez con la cruz blanca sobre fondo rojo de la
casa saboyana.

La República (11 de febrero de 1873) apenas cambia las cosas, ya que se
limita a suprimir el escudete de Saboya y la corona real, sin que el
nuevo régimen dispusiera de tiempo material para adoptar unos nuevos
símbolos. Cuando se restauró la monarquía en la persona de Alfonso
XII, volvió, naturalmente, a reaparecer la corona real y las flores de
lis en el escudete Borbón.
La II República recupera el modelo de escudo adoptado en 1868, y lo
coloca en el centro de una nueva bandera nacional, con los colores
rojo, amarillo y morado.

Los militares sublevados en 1936 enarbolan la bandera roja y amarilla
frente a la tricolor republicana, pero mantienen el mismo escudo que el
gobierno legítimo hasta que en 1938, por un decreto de 2 de febrero,
aparece un nuevo escudo. Éste está basado en el de los Reyes Católicos,
con el águila de San Juan y el yugo y las flechas, pero sustituyendo el
cuartel de Sicilia por el de Navarra. Este será el escudo que
represente al régimen de Franco con algunas modificaciones en su
diseño, y con un modelo simplificado que mostraba sólo cuatro cuarteles
en lugar de la multiplicidad de cuarteles del otro modelo. También es
una novedad el lema “Una, Grande, Libre”.

La llegada de la democracia y la aprobación de la Constitución no
supone inmediatamente un cambio en los símbolos del Estado, ya que la
Carta Magna sólo hace referencia a la bandera, por lo que habrá que
esperar hasta 1981 para que una ley de 5 de octubre defina el nuevo
modelo de escudo. Este se basa fundamentalmente en el adoptado por el
Gobierno Provisional en 1868, pero sustituyendo la corona mural por la
real, añadiendo sendas coronas a las columnas y superponiendo el
escudete de Borbón-Anjou, símbolo de a restauración monárquica, al
emblema de la España democrática.

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